VALDELACASA

Mansedumbre de la gente hermanada

 



Cobijados de la lluvia torrencial
sin medida ni mesura en su llorar,
humanidad perdida en la codicia,
avaricia, infamia, ruindad, vileza.
Bajo tierra observo las almas perdidas,
atormentadas por la agonía del día,
miedo a la triste y tenebrosa noche,
terror por la lucha sin batalla definida.

Se juntan, separan, agotan el tiempo
hablando quedo, sin palabras agraciadas,
es un todo y nada, sin oír ni escuchar
la melódica canción de amargura invicta.
No dar la mano supone estar siempre solo,
lo permiten, lo prohíben, lo critican,
al que aprendió y prendió la llama amor,
al prójimo abandonado al hambre, al frío.

Toma mis manos mísero despojo olvidado,
no paso factura por pequeña ayuda,
obtén luz, comida, bebida y fortaleza,
olvida sus caras pétreas negras de malicia,
ríe y disfruta del apoyo sin condición que
ofrezco, toma mis manos y ven al cobijo
de mis muchos años de tiempo estudiado,
ganado al adinerado malicioso y malo.

Terminan las dolencias inflijidas en el
devenir oscuro, mugriento, opaco,
de la mansedumbre de la gente hermanada.
Acaba el silencio, los tonos se ven y oyen,
no más mutismo perdido para la eternidad.
Rayos cubren la faz de los dolientes por
permitir esperanza surgida de la sonrisa,
mirada clara de la sociedad, perdido letargo.

Autora: María Cruz Pérez Moreno


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